RAFAEL CHIRBES
Rafael Chirbes, la voz de denuncia de la crisis
Rafael Chirbes |
AnaAlejandre
La muerte de Rafael Chirbes, el pasado 15 de agosto, de un cáncer de pulmón fulminante, a los 66 años, deja un hueco difícil de llenar en el panorama literario español, porque fue el escritor que supo ahondar en las cicatrices, en las grietas y sus tenebrosidades de esta España nuestra, desde la Transición hasta este caótico presente, en el que los claroscuros del paisaje nacional toman cada vez más tintes cavernosos, en este país desgarrado por los escándalos de corrupción política, los peligrosos coletazos de los separatismos nacionalistas y la irrupción de la izquierda más radical trufada de un falso triunfalismo apoyado por los distintos pactos, olvidando que la mayoría de votos lo ha obtenido el partido que gobierna.
Chirbes, hombre cordial, aunque reservado, alejado voluntariamente de la vida literaria y sus muchas servidumbres, vivía retirado en una soledad buscada en la casa que le compró a un camionero jubilado, en las afueras de Beniarbeig, hace diez o doce años, en mitad de un paisaje vejado irremisiblemente por la especulación inmobiliaria reciente, con la sola compañía de dos perros, después de haber residido en Cataluña, Extremadura y Marruecos, donde fue profesor de español en Fez.
Escritor polifacético, cronista gastronómico en la revista Sobremesa, estudió Historia Moderna y Contemporánea, después de haber cursado la enseñanza secundaria en colegios para huérfanos de ferroviarios, por lo que estaba costumbrado a la soledad que da la orfandad y el alejamiento de su madre que tenía que trabajar en otras ciudades. Su carácter se curtió en la sabiduría que da la renuncia a vivir esa atmósfera familiar que es tan imprescindible en la niñez y adolescencia, lo que construyó en él ese hábito solitario que le acompañó hasta sus últimos días, pues la soledad se había convertido en su principal y única compañera a lo largo de su vida.
Hombre que disfrutaba de los placeres de la vida hasta que los resultados de unas pruebas analíticas le obligaron a abandonar sus tres paquetes de tabaco diario y los diez gin tonics que tomaba cada jornada.
Su prosa llama la atención, construida en grandes bloques sin apenas puntos y aparte, atrapan al lector en un ritmo vertiginoso ,y crean la atmósfera de la narración, en muchas ocasiones opresiva y desasosegante, que no le deja respiro al lector porque en ella se advierte un dominio del lenguaje impecable y una medida cuidadosa del ritmo y la musicalidad que, según Chirbes, son dos elementos de una narración que están siempre directamente relacionadas con la atmósfera narrativa creada o influenciada por los mismos y su disposición y relación entre sí. Esto se ve en sus dos últimas novelasCrematorio y En la orilla, por las que ha recibido el Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa, respectivamente
El mundo narrativo de Chirbes es lúcidamente desencantado y pesimista, en cuento a la posible salida del laberinto en el que la sociedad española actual está perdida, confusa y desengañada de falsos espejismos de oropel y prosperidad que sólo le han llevado al borde de un precipicio no sólo económico, del que está tratando salvarse con grandes sacrificios, sino también moral y ético en el que ha perdido su propia identidad, el respeto a su tradición, a su cultura, tapadas por los espesos barnices de la posmodernidad, por el turbio convencimiento de que el bienestar económico y sus logros merecen cualquier sacrificio, renuncia y hasta la propia claudicación de su idiosincrasia, de los valores que siempre fueron sus propias raíces de las que se alimentaba. .
Chirbes escribía abriendo grietas profundas en lo que llamamos realidad para buscar en el fondo oscuro de ese vacío que se abre entre la supuesta realidad que se plantea en los despachos oficiales y la que vive cada ciudadano, lo que es lo mismo que la diferencia que existe entre la realidad y el deseo al que nunca se ajusta aquélla. Como historiador le gustaba ahondar en esa realidad del pasado más reciente y el presente de este país, España, que empieza a dar tumbos porque pretende ignorar su propia verdad histórica, su propia identidad. Por ello, buscaba en sus novelas ahondar en esas profundas grietas, abismos insondables, que separan lo que se vive de lo que nos cuentan y la rabia y frustración que genera. Estaba convencido de que toda apariencia es engañosa y encierra el último sentido, el profundo significado de una realidad enmarañada y confusa en el que las imágenes están trucadas como las que devuelven los espejos deformantes. Es esa verdad la que hay que sacar a la luz con el mismo esfuerzo, tesón y constancia que un minero cava en la mina para llegar a encontrar la veta de oro que está sepultada en la negrura de la tierra, esperando ser descubierta.
Su condición de marxista era irrenunciable y definidor, aunque a él le gustaba más definirse como marxista-proustiano por su gran admiración a Proust, al igual que la sentía por Galdós, Dos Passos, Faulkner, Hemingway y otros muchos, lo que le hacía defender al llamado realismo en la novela que muchos denostan y que él defendía como un valor innegable que ha dado grandes obras maestras de la literatura en España y otros países.
Defensor de la nóvela y vigencia de ésta como género, aunque sin someterse a los imperativos de la trama al igual que Benet, en sus novelas no es lo más importante los tres elementos narrativos clásicos como son el planteamiento, nudo y desenlace. En su última novela, En la orilla, las voces de todos los personajes implicados y afectados por el cierre del taller hablan y expresan sus ideas, sentimientos, preocupaciones, pesares y rabia como thilo conductor que va conformando el paisaje humano que crea la atmósfera narrativa. Estas voces, este mundo coral, van desgranando la narración y planteando el problema de la crisis económica y las tragedias que ha provocado en las vidas de tantos españoles que han visto sus vidas rotas a consecuencia de la misma.
Su afirmación de que «no hay riqueza inocente» es una declaración de principios que afirma su crítica demoledora hacia una sociedad sometida al imperio de la corruptela, de la ambición desmedida y de la falta de ética. Toda esta crítica, su pesimismo y su escepticismo ante una sociedad desarbolada y sin más horizontes que los que manda el mercado y sus valores, es por lo que hizo a Chirbes ser más reconocido en el extranjero que en España, porque él representaba el incómodo papel de voz de la conciencia de un pueblo adocenado que se deja llevar al matadero del consumismo más feroz, con la falsa promesa de que allí alcanzará la prosperidad y la seguridad que tanto anhela, aunque sea a costa de perder su propia libertad, criterio y dignidad que lo convierte en incapaz de rechazar la quincallería que le ofrecen los diferentes mercaderes sin escrúpulos ni decencia.
Descanse en paz.
La muerte de Rafael Chirbes, el pasado 15 de agosto, de un cáncer de pulmón fulminante, a los 66 años, deja un hueco difícil de llenar en el panorama literario español, porque fue el escritor que supo ahondar en las cicatrices, en las grietas y sus tenebrosidades de esta España nuestra, desde la Transición hasta este caótico presente, en el que los claroscuros del paisaje nacional toman cada vez más tintes cavernosos, en este país desgarrado por los escándalos de corrupción política, los peligrosos coletazos de los separatismos nacionalistas y la irrupción de la izquierda más radical trufada de un falso triunfalismo apoyado por los distintos pactos, olvidando que la mayoría de votos lo ha obtenido el partido que gobierna.
Chirbes, hombre cordial, aunque reservado, alejado voluntariamente de la vida literaria y sus muchas servidumbres, vivía retirado en una soledad buscada en la casa que le compró a un camionero jubilado, en las afueras de Beniarbeig, hace diez o doce años, en mitad de un paisaje vejado irremisiblemente por la especulación inmobiliaria reciente, con la sola compañía de dos perros, después de haber residido en Cataluña, Extremadura y Marruecos, donde fue profesor de español en Fez.
Escritor polifacético, cronista gastronómico en la revista Sobremesa, estudió Historia Moderna y Contemporánea, después de haber cursado la enseñanza secundaria en colegios para huérfanos de ferroviarios, por lo que estaba costumbrado a la soledad que da la orfandad y el alejamiento de su madre que tenía que trabajar en otras ciudades. Su carácter se curtió en la sabiduría que da la renuncia a vivir esa atmósfera familiar que es tan imprescindible en la niñez y adolescencia, lo que construyó en él ese hábito solitario que le acompañó hasta sus últimos días, pues la soledad se había convertido en su principal y única compañera a lo largo de su vida.
Hombre que disfrutaba de los placeres de la vida hasta que los resultados de unas pruebas analíticas le obligaron a abandonar sus tres paquetes de tabaco diario y los diez gin tonics que tomaba cada jornada.
Su prosa llama la atención, construida en grandes bloques sin apenas puntos y aparte, atrapan al lector en un ritmo vertiginoso ,y crean la atmósfera de la narración, en muchas ocasiones opresiva y desasosegante, que no le deja respiro al lector porque en ella se advierte un dominio del lenguaje impecable y una medida cuidadosa del ritmo y la musicalidad que, según Chirbes, son dos elementos de una narración que están siempre directamente relacionadas con la atmósfera narrativa creada o influenciada por los mismos y su disposición y relación entre sí. Esto se ve en sus dos últimas novelasCrematorio y En la orilla, por las que ha recibido el Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa, respectivamente
El mundo narrativo de Chirbes es lúcidamente desencantado y pesimista, en cuento a la posible salida del laberinto en el que la sociedad española actual está perdida, confusa y desengañada de falsos espejismos de oropel y prosperidad que sólo le han llevado al borde de un precipicio no sólo económico, del que está tratando salvarse con grandes sacrificios, sino también moral y ético en el que ha perdido su propia identidad, el respeto a su tradición, a su cultura, tapadas por los espesos barnices de la posmodernidad, por el turbio convencimiento de que el bienestar económico y sus logros merecen cualquier sacrificio, renuncia y hasta la propia claudicación de su idiosincrasia, de los valores que siempre fueron sus propias raíces de las que se alimentaba. .
Chirbes escribía abriendo grietas profundas en lo que llamamos realidad para buscar en el fondo oscuro de ese vacío que se abre entre la supuesta realidad que se plantea en los despachos oficiales y la que vive cada ciudadano, lo que es lo mismo que la diferencia que existe entre la realidad y el deseo al que nunca se ajusta aquélla. Como historiador le gustaba ahondar en esa realidad del pasado más reciente y el presente de este país, España, que empieza a dar tumbos porque pretende ignorar su propia verdad histórica, su propia identidad. Por ello, buscaba en sus novelas ahondar en esas profundas grietas, abismos insondables, que separan lo que se vive de lo que nos cuentan y la rabia y frustración que genera. Estaba convencido de que toda apariencia es engañosa y encierra el último sentido, el profundo significado de una realidad enmarañada y confusa en el que las imágenes están trucadas como las que devuelven los espejos deformantes. Es esa verdad la que hay que sacar a la luz con el mismo esfuerzo, tesón y constancia que un minero cava en la mina para llegar a encontrar la veta de oro que está sepultada en la negrura de la tierra, esperando ser descubierta.
Su condición de marxista era irrenunciable y definidor, aunque a él le gustaba más definirse como marxista-proustiano por su gran admiración a Proust, al igual que la sentía por Galdós, Dos Passos, Faulkner, Hemingway y otros muchos, lo que le hacía defender al llamado realismo en la novela que muchos denostan y que él defendía como un valor innegable que ha dado grandes obras maestras de la literatura en España y otros países.
Defensor de la nóvela y vigencia de ésta como género, aunque sin someterse a los imperativos de la trama al igual que Benet, en sus novelas no es lo más importante los tres elementos narrativos clásicos como son el planteamiento, nudo y desenlace. En su última novela, En la orilla, las voces de todos los personajes implicados y afectados por el cierre del taller hablan y expresan sus ideas, sentimientos, preocupaciones, pesares y rabia como thilo conductor que va conformando el paisaje humano que crea la atmósfera narrativa. Estas voces, este mundo coral, van desgranando la narración y planteando el problema de la crisis económica y las tragedias que ha provocado en las vidas de tantos españoles que han visto sus vidas rotas a consecuencia de la misma.
Su afirmación de que «no hay riqueza inocente» es una declaración de principios que afirma su crítica demoledora hacia una sociedad sometida al imperio de la corruptela, de la ambición desmedida y de la falta de ética. Toda esta crítica, su pesimismo y su escepticismo ante una sociedad desarbolada y sin más horizontes que los que manda el mercado y sus valores, es por lo que hizo a Chirbes ser más reconocido en el extranjero que en España, porque él representaba el incómodo papel de voz de la conciencia de un pueblo adocenado que se deja llevar al matadero del consumismo más feroz, con la falsa promesa de que allí alcanzará la prosperidad y la seguridad que tanto anhela, aunque sea a costa de perder su propia libertad, criterio y dignidad que lo convierte en incapaz de rechazar la quincallería que le ofrecen los diferentes mercaderes sin escrúpulos ni decencia.
Descanse en paz.